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Inauguraste en mi un hospital lleno de heridas y de pacientes convalecientes que se debatían entre la vida y la muerte. Abriste mi sala de urgencias con más urgencia de la que se haya en su nombre, rompiste la puerta entraste a corazón abierto y ni te diste la vuelta para admirar los pedazos resquebrajados que dejaste en el suelo. Pi. Pi. Pi. Pi. Electrocardiograma con montañas más altas que las que salté por ti. Pi. Pi. Pi. Pi. No deja de pitar. Su sonido se te mete dentro y entonces dices que oyes mi corazón contra tu pecho. Estás ahí, en la sala de espera. Sabiendo que serás la primera en pasar a verme aunque a ti sólo te importa ser la última. Sabiendo que me insuflaste esperanza entrando en mi hospital en ruinas. Sabiendo, a ciencia cierta, que romperme es otra forma de darme vida.